
Florecer, donde no florecen las rosas
Florecer

A veces, nos cuesta aceptar que el amor, por sí solo, no es suficiente para sostener una vida compartida. Querer ayudar, construir y crecer junto a alguien que no mira más allá de sí mismo puede convertirse en una batalla silenciosa, donde solo una parte se desgasta. Esta es una reflexión para quienes han sentido que el alma se les marchita en un terreno que prometía florecer.
Hay días en que el alma duele sin que nadie lo note. Días en los que miramos a la persona con la que decidimos caminar la vida y sentimos que ese “nosotros” que alguna vez soñamos, simplemente no existe. Solo quedan gestos repetidos, respuestas vacías y una rutina que pesa más que la soledad.
Es doloroso tener el deseo genuino de ayudar, de ser apoyo, de ver crecer al otro, y sin embargo, sentirse inexistente. Como si nuestras palabras, nuestras manos extendidas, nuestras intenciones, se perdieran en un eco mudo. Es frustrante. Porque el amor, en su forma más pura, es acción. Pero ¿de qué sirve dar, si la otra persona solo recibe cuando le conviene o simplemente no ve?, de que sirve estar en un doscientos por ciento y solo recibí un vente por ciento?
Estar con alguien que no ve más allá de sus necesidades básicas —muchas veces ridículas o superficiales— desgasta. Es como gritar bajo el agua. Uno intenta salvar lo que queda, pero cada intento se hunde más en la incomprensión y la indiferencia. Lo que alguna vez fue hogar, se convierte en una caja invisible, donde la libertad se cambia por costumbre y la esperanza por resignación. Donde tu opinión pocas veces es escuchada y nunca tomada en cuenta.
El estancamiento llega sin aviso. Un día simplemente te das cuenta de que no sabes hacia dónde vas. Te ves a ti misma sin ganas, sin brillo, sin esa fuerza que antes te hacía soñar. Y es entonces cuando te preguntas: ¿vale la pena quedarme en un lugar donde no florezco? ¿Dónde mis esfuerzos no nutren, sino que se desperdician?
Dicen que cuando una mujer deja de luchar, no es porque haya dejado de amar… es porque entendió que ahí no hay nada más que dar. Y esa es una de las decisiones más duras: aceptar que uno no puede arrastrar a alguien hacia la luz si esa persona insiste en vivir en su sombra. Y eso es justo ?
A veces el mayor acto de amor propio es dejar de querer salvar a quien no quiere salvarse. Porque mientras nos desgastamos intentando sostener lo insostenible, olvidamos que también merecemos ser sostenidas. Mecer nuestras propias heridas en silencio solo nos rompe más. Y no, no vinimos al mundo a rompernos por otros.
El amor que mereces no te hace sentir invisible. No minimiza tus emociones ni te hace dudar de tu valor. El amor real no se trata solo de estar, sino de estar presente, de acompañar, de crecer juntos. Porque si tú estás bien, todos están bien. Pero si tú te marchitas, nada florece realmente.
Así que si hoy te sientes así, detenida frente a un muro que no cede, pregúntate con honestidad: ¿es aquí donde tus rosas florecerán? ¿Es esta la tierra que merece tus raíces, tu agua, tu sol?
Y si la respuesta es no, no tengas miedo de irte. No por cobardía, sino por valentía. Porque elegirte a ti es el primer paso para volver a florecer. Porque aunque lo veas difícil, con el tiempo te agradecerás por tomar una decisión que te va transformar, una decisión que te ayudará a sanar desde adentro y a encontrar tu valor como mujer y puedas florecer.
Te sientes identificada con esta reflexión? Déjamelo saber en los comentarios. siempre puedes compartir con alguien que necesite leer esto o simplemente compartir su historia conmigo.


4 Comentarios
Mel
Me encanta la forma en la que redactas tus experiencias, lo que aprendiste y tus ideas. Espero que esas palabras lleguen a más personas.❤️❤️❤️
M.R
Mel, Gracias por tu comentario siempre y por apoyarme como siempre. Tú eres una de mis ispiraciones.
Rosanna
Muy lindo todo solo esto en algún momento
M.R
Gracias por tu comentario, siéntete libre de compartir con quienes necesiten leer esto.